31/3/08

II

Nuevamente el tío sale a la calle. Estaba pregonando en una esquina qué se debía de hacer con todos esos maricones que salen en los peródicos, que cabros de mierda y que si de él dependiera estarían todos achicharrándose en el CEPA. Agarró y se quitó. Como tenía hambre se metió en la cantina a pedir un menú de tres cincuenta con su jarra de agua anís. A veces se detenía un poco en cada bocado para trsaladarse. Este traslado era hacia el estado que más le convenía, un estado en el que su mente no contenía preocupaciones ni culpas ni complejos, y en el que avizoraba que estaría en paz, de perfil, sobre un lecho de flores, completamente en paz. Los colores no estaban excentos en este lugar, pues aunque el tío vivía una vida gris rata, albergaba todavía algo de añoranza y nostalgia por conocer y conocerse. Se zampa una cucharada de caldo con una falange de pollo y mastica mirando el infinito.



Se levantó hastiado y recobró el espíritu que lo llevaría a la muerte.




Sentado en su cama, golpe de tres de la tarde, cuando el sol lo recalentaba en su cuarto, comenzó a sacarse la camisa y luego a desatarse el pantalón. Con los brazos como almohada se dejó llevar nuevamente por las sensaciones. Un poco yoga, un poco ebrio, el tío sabía trasladarse. Nuevamente los colores, el pasto. Pero luego se halló solo en sus sueños, confundido como si hubiese despertado en un laberinto, empezó a guiarse. Recordaba a la estampa del bárbaro he-man perseguido más aún por la pesadillesca banda sonora que por fantoches como trap-jaw o beast-man. Caminaba en la penumbra alucinado.




Lo despertó el sudor y la visión del reloj que le indicaba que era jueves, que eran las 7 de la tarde y que podía hacer algo para disiparse.

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