3/4/08

NOS


Un hombre está en un camino de la sierra, conduciendo una 4x4, dirigiéndose a un acomunidad alejada e incomunicada. Maneja entusiasta por el sol de mediodía, que ilumina el verde campo de abril. A su paso se apean los arrieros con sus animales y observan el vehículo, saludando al conductor, quien suena el claxon y los saluda con la mano. El conductor piensa en que aún existe ese aprecio entre la gente, que aún en las circunstancias más recónditas se muestra con un gesto amable y un respeto hacia las personas que posibilita el seguir soñando con un país mejor.


En Miraflores hay una fiesta, cumpleaños de un joven abogado que congrega en su departamento a sus amistades. Las jóvenes lucen radiantes; los patas, con mucho aplomo, se ven contagiados también. Alguien llama por teléfono al homenajeado y éste lo anima a reunirse con ellos, ya que por supuesto iba a encontrar un ambiente grato y distendido, en el que se habrían algunos reencuentros y se harán nuevas amistades. Fin de fiesta.


A las 5 y treinta de la tarde entra otra llamada. Se trata de una señora de 30 años, que llama desde La Victoria. Ésta reclama por el caso de la animadora Laura Bozzo, expresando su malestar por la cabida que tiene en la opinión pública el tema del levantamiento de su programa del aire, pues considera que eso es toda una cortina de humo, ya que tanto su programa como las secuelas se pueden leer como una larga novela plagada de nausea y morbo gratuitos.


Tres premisas y un punto en común, distintas representaciones de la gente. Quienes viven en esta sociedad se encuentran vistos y analizados por el unísono, cuando lo que prima es la diversidad de historias que, sotto voce, emergen a la realidad plagadas de caspa nacionalista. Ni más ni menos.

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