30/10/07

Parálisis


Mientras iba revisando el periódico, paseando por las calles de Lima en una unidad de transporte público, Luis empezó a sentir que algo andaba mal. No sabía qué era lo que pasaba pero tuvo la ligera sospecha que su cuerpo estaba mal.

Trató de distraerse, ojeaba las páginas del suplemento buscando entretenerse con las fotografías del último desfile de modas y nada. “¿Qué me trae tan incómodo?”, pensó. Poco a poco se dio cuenta de que su intranquilidad iba tomando cuerpo. Cuando reaccionó a esto, sólo fue para entorpecerse más y aterrorizarse.

Sus manos comenzaron a hormiguear. Era un hormigueo tan insistente que no podía atribuirse a simple sugestión. Sentía que las manos le pesaban, las sentía como dos bloques de una sensación indescriptible, que rayaba en la no-sensación. Pronto empezó a sudar y a perder el control de las manos, del cuerpo y del pensamiento.

El bus estaba parcialmente ocupado, los asientos eran cómodos como nunca, pero a Luis lo asfixiaban. Se miraba las manos y luego trató de mover los dedos uno por uno. Respondían parcialmente, pero no los sentía del todo, más que nada sentía el hormigueo. Trataba de posicionarse de forma tal que sus brazos estuvieran apoyados, relajados, pero era cuando más quemaba el hormigueo, cuando más rápido se hacía. Podía sentir miles de colores en sus manos, pues era una revolución lo que le estaba pasando.


Empezó a perder contacto, a sentirse incomunicado y enajenado de sus propias extremidades. Fue un momento de locura que no lo exacerbaba, si no lo horrorizaba. Al verse prácticamente atado de manos, comenzó a zozobrar. La pierna derecha se fue resintiendo. “Bajo en la esquina”, dijo.

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